Ego
En cierta oportunidad Piero, un estudiante bastante peculiar, me disparó una pregunta tan importante para algunos de nosotros, que no sé bien si él mismo estaba al tanto del tenor de su pregunta. En mi opinión, esta es una pregunta tan importante que estaría a la altura de otras como ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿hacia dónde voy?
Me dejó perplejo pues no es una pregunta que haga un adolescente que sigue los giros de la moda. El interés de un joven no se dirige hacia algo como esto. No porque no puedan pensar en ello, sino porque la demanda es otra.
Como sea, Piero se acercó a mí en clase y con su acostumbrado tono profundo de barítono y su manera juguetona me dijo:
-¿Qué es el ego?
En el momento busqué cómo poner de manera gráfica y sencilla el que, también para algunos de nosotros, representa uno de los mayores conflictos de la humanidad.
Respondí que el ego es aquel arbusto que no nos deja ver más allá en nuestra perspectiva. Un objeto que tienes frente a ti, con el que ya estás tan familiarizado que ya no lo notas aunque te obstaculiza la visión. Es el estorbo al que le damos al final una importancia desmedida como para ya no darnos cuenta que desde el principio nos impide ver algo que está ahí.
No obstante, para poder profundizar en el tema de manera real, tendríamos que d e s a p r e n d e r todo lo que la civilización nos ha enseñado al respecto del tema. La civilización no tiene tiempo ni interés para preguntas trascendentes y revoluciones interiores.
De alguna manera pareciera haber una tendencia enfermiza que se apodera de nosotros y nos hace actuar de manera obsesiva. Esta obsesión es el énfasis desmesurado sobre nosotros mismos.
Esta obsesión sobre nosotros mismos (que ahora parece tan normal) no tendría que estar presente porque distorsiona el funcionamiento eficaz de nuestras vidas.
Como resultado de esta interferencia, se crea un desequilibrio. En lugar de usar nuestra energía para vivir de manera eficaz y profundizar en la vida, estamos usando la misma energía para usar en la defensa del ser. Nos hemos convertido en grandes bocas que gritamos yo-yo-yo. Pedimos enormes cantidades de alimento como si fuéramos sanguijuelas cuya meta requiere cantidades increíbles de energía. Toda nuestra energía, entonces, se vuelca en la defensa del ser. De la noche a la mañana nos ocupamos con nosotros mismos y, consciente o inconscientemente nos movemos en esa corriente
De este modo, nuestra mente está tan terriblemente condicionada que casi todos creemos que es imposible que haya una transformación de nuestras vidas.
Precisamente el ego no es otra cosa que una imagen personal creada por las exigencias sociales en la interacción humana. Y el problema es que nos damos tanta importancia personal, que la obsesión por nosotros mismos nos quita tanta energía que nos deja secos al final. Sin energía no podemos hacer mayor cosa. Nuestro interés está en la presentación que hacemos ante los demás. Esto incluye, el caer bien, preocuparnos si nos ponen o no atención, si nos quieren, si no somos rechazados, si no somos tomados por locos, si valems algo ante los demás; si alguien nos ve y nos hace caso.
Toda nuestra vida nos dedicamos a seguir una historia personal que tiene que emparejarse todo el tiempo hacia ser lo mismo siempre, sin oportunidad al cambio.
El ego, la imagen personal se vuelve un empuje que hacemos todo el tiempo. Tratamos de empujar hacia la misma dirección todo el tiempo. Nos matamos para mantener y sostener esta imagen personal.
En cuanto nos hacemos un nicho (un lugar, un espacio, una interacción, etc.) ante los demás, ganamos importancia personal, ganamos adaptación, ganamos aprobación, ganamos ubicación. Puesto que esto fue efectivo, seguimos usando el mecanismo y la misma estrategia para ganar más de lo mismo.
A través de esta interacción, nos construimos una historia personal que nos acompaña por toda la vida. Y que nos negamos a soltar o dejarla ir.
El ego no nos deja cambiar, nos roba nuestra energía y nos aparta de lo desconocido, es decir nos quita libertad.
Ciao.